viernes, 2 de enero de 2015

A mi madre, que se fue con el año

Madrid,
1 de enero de 2015 

    Cuando era pequeño, yo temía este momento todos los días. La muerte de mi madre era para mí como la extinción del sol. Yo era, y quizá aún lo soy, un niño enmadrado al que le encantaba que su madre le buscara a la puerta del colegio. Yo quería que todos me vieran con ella, y presumir de madre guapa y catalana, que entonces me parecía lo más exótico del mundo.

    La conocía muy bien, me bastaba sólo con mirarla para saber qué pensaba. Siempre supe que tras ese carácter indómito y esa aparente seguridad y fuerza casi altivas, mi madre no había dejado nunca de ser aquella niña de trece años ávida de conocimiento y lecturas, acomplejada por tener que dejar el colegio para ponerse a trabajar. La niña que escuchaba Paraules d’amor de Serrat. Mi madre era esa canción y esos años, y por eso le regalo estas palabras de amor, sencillas y tiernas.

    Siempre he estado muy orgulloso de ella y de mi padre, y de su poco ortodoxo matrimonio, no siempre bien entendido. ¿Qué importa la forma si el fondo es verdadero? Nunca dudé del amor de mis padres. Cómo se quisieran, era cosa suya.

    Ahora comprendo más que nunca ese episodio de mi niñez en que, llegando a casa, mi padre nos dijo a mi hermano y a mí que  mi madre estaba triste porque el yayo, su padre, Lorenzo, se había ido al Cielo. La muerte era para mí tan sólo un lugar al que nadie quería ir, así que no hice caso y, como cada día, entré en casa corriendo para saludar a mi madre; pero en el umbral del salón me detuve. La vi como tantas veces, derrumbada sobre sus libros y apuntes, pero al contemplar su espalda supe que la muerte pesa en los vivos. Desde ayer cargo con un peso infinito que lleva su nombre. Desde ayer la comprendo mejor y la quiero más.

    Decía Borges que el único deber que tienen los hijos para con sus padres es el de ser felices, no el de obedecerlos o respetarlos. Yo he sido muy feliz y volveré a serlo, y honraré a mi madre con mi felicidad, una de las muchas cosas que ella me enseñó.

    Muchas gracias a todos por estar aquí, y por quererla.


Virginia Bravo Fernández
(9 de enero de 1956 - 31 de diciembre de 2014)

viernes, 7 de noviembre de 2014

EL AMOR ES EXTRAÑO (El fantasma de Oscar Wilde )



Película: El amor es extraño. 
Título original: Love is strange. 
Dirección: Ira Sachs.
Países: USA y Francia. 
Año: 2014. 
Duración: 94 min. 
Género: Drama. 
Interpretación: Alfred Molina (George), John Lithgow (Ben), Marisa Tomei, Darren Burrows, Cheyenne Jackson, Manny Perez. 
Guion: Ira Sachs y Mauricio Zacharias.


Sinopsis: Después de 39 años de vida conjunta, Ben y George aprovechan la nueva ley y deciden casarse. De vuelta de la luna de miel, debido al revuelo mediático que generó su matrimonio, despiden a George de su puesto como director del coro de una escuela católica mixta. De pronto, la pareja descubre que no puede pagar la hipoteca de su pequeño piso en Chelsea, por lo que deben mudarse y venderlo. Pocos días después de celebrar la boda, el grupo de amigos y parientes vuelve a reunirse para ver cómo, entre todos, pueden ayudar a Ben y a George. 

  En los últimos días me he acordado de aquella vez en el colegio, en clase de inglés, tendría yo doce años, que leímos El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde. La profesora (se llamaba Saturnina pero todos la conocíamos como la señorita Satur) nos contó a grandes rasgos el final del escritor, que a pesar de ser uno de los más grandes en lengua inglesa, de su carisma e ingenio indudables, de su fama, había muerto en la bancarrota y repudiado, exiliado en París, con la salud quebrada tras haber pasado dos años condenado a trabajos forzosos en la cárcel de Reading. Un niño preguntó: ¿Y por qué le encarcelaron? La señorita Satur, con un reparo ostensible, dijo: “Hoy no le habría pasado”. No dio más detalles. La verdad era, es, que Wilde fue acusado de sodomía, y de ser el perversor de su joven amante Alfred Douglas, cuya belleza andrógina y maldita le llevó a la perdición y le inspiró el personaje de Dorian Gray. Todo el proceso está narrado en la larga epístola que le escribió en la cárcel y que constituye su imprescindible libro De Profundis, en cuya lectura me encuentro ahora sumido.
  Ira Sachs, director de esta El amor es extraño, narraba en su anterior film Keep the lights on una historia parecida y también autobiográfica: su relación de diez años con un hombre más joven y adicto al crack, una aproximación desgarrada y valiente a los propios demonios. El amor como prisión. Su nueva película supone un contrapunto a esa obra anterior, un reverso tierno y sosegado de otra relación homosexual, si bien el género de la pareja acaba por ser anecdótico. Uno ve a dos hombres maduros que después de casi cuatro décadas de vida conjunta se casan en Nueva York, aprovechando la nueva ley que permite el matrimonio homosexual. Poco después, aquel a quien interpreta Alfred Molina pierde su empleo, lo que les obliga a dejar su apartamento y mudarse con amigos y familiares hasta lograr la difícil tarea de encontrar un piso que puedan pagar. La película transcurre así entre las vicisitudes cotidianas que toda convivencia forzada impone, por mucho que se quiera a aquellos que lo acogen a uno. "A veces, cuando vives con gente, acabas conociéndola demasiado bien", dice el personaje de John Lithgow. 
  La cinta, que contiene también sutiles tintes autobiográficos, está rodada con delicadeza y precisión, y con un magistral uso de las elipsis. Una fotografía luminosa y una banda sonora donde destacan las composiciones de Chopin envuelven las impecables y naturalistas interpretaciones de todo el elenco, en especial a la pareja protagonista. Cabe mencionar la interpretación del joven Charlie Tahan en la hermosa escena final. Todo hace de ella una gran película que tiene en su predecesora a su principal competidora, a cuya altura no llega, si bien se le acerca.
  Lo que más agradece uno, sin embargo, es que hable del amor homosexual sin dramatismos ni etiquetas, sin tópicos, mostrando sólo la historia normal de dos personas que se aman y cuyo amor es tan extraño como el de cualquiera. Una propuesta inconscientemente osada, al parecer: en Estados Unidos ha obtenido la clasificación “R” (no recomendada para menores de 17 años) y que se otorga a películas donde se muestra sexo explícito o lenguaje ofensivo. Nada de eso hay en esta película.

  Ante esto último Oscar Wilde tendría una réplica mordaz, el resto visitamos su tumba en Père-Lachaise.  


domingo, 2 de noviembre de 2014

LA SAL DE LA TIERRA (Luz en la oscuridad)


Dirección: Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado
Año: 2014
Guión:  Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado
Fotografía: Hugo Barbier, Juliano Ribeiro Salgado
Sinopsis: Desde hace cuarenta años, el fotógrafo Sebastião Salgado recorre los continentes captando la mutación de la humanidad. Testigo de grandes acontecimientos que han marcado nuestra historia reciente: conflictos internacionales, hambruna, éxodos, etc., ahora emprende camino hacia territorios vírgenes con grandiosos paisajes, descubriendo una fauna y una flora silvestres en el marco de un proyecto fotográfico gigantesco, tributo a la belleza del planeta. Su hijo Juliano, quien le acompañó en sus últimas travesías, y Wim Wenders, también fotógrafo, comparten con nosotros su mirada acerca de su vida y su obra.


  Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Génesis, 1: 3-5 

  Estos versículos del Génesis definen no sólo el último y colosal proyecto homónimo del fotógrafo Sebastião Salgado, en el que plasmó la riqueza natural del planeta, sino que definen también el oficio de fotógrafo: ese testigo del instante que necesita de la luz para ser, que arranca luz de las sombras. Precisamente porque trabaja con la luz, el fotógrafo vive cercano a las sombras, es Dios en su habitación oscura.  

  Ese conocimiento terrible del oficio de fotógrafo y de la existencia humana es lo que brinda este documental de afanosa elaboración, una loa a la carrera y la figura de uno de los fotógrafos más importantes de las últimas décadas. A través de sus diversos proyectos, desde aquellas primeras y espectaculares  fotos de las minas de oro de Sierra Pelada, hasta los que le consagraron, como Éxodos, donde la escalofriante belleza de sus instantáneas de los tuaregs en su peregrinar por el Sahel y de los muertos de la guerra de Ruanda daban voz a todos los desposeídos del mundo, Salgado desgrana su peripecia vital y artística, en una suerte de clase magistral. Dirigida con dos estilos bien diferenciados, que exploran determinadas facetas del fotógrafo, encargándose Wim Wenders de la parte más profesional y pública, y Juliano Ribeiro Salgado, hijo de Sebastião, de la más cotidiana y personal, la película es de una belleza apabullante e hipnótica como la propia fotografía de Salgado. No en vano, las partes en blanco y negro buscan reproducir esa luz crepuscular y argentada tan característica de las imágenes que le han hecho célebre.

  Como ya ocurría con Pina, el excelente documental de Wenders sobre la coreógrafa Pina Bausch, el acercamiento al personaje no es objetivo, ni lo pretende. No hay asomo alguno de crítica hacia los últimos trabajos del fotógrafo, tildados de artificiales en exceso. Ni tan siquiera se plantea la objeción más recurrente que recibe su fotografía, acusada de esteticista, de embellecer la tragedia y el horror. Salgado no responde a esta cuestión fundamental porque la pregunta nunca se le plantea. Pierde así el film la posibilidad de llegar hasta el fondo de la personalidad magnética y extraordinaria de Salgado, de quien tan sólo se apuntan unos leves detalles sombríos, como cuando resume su desencanto con la raza humana: “Somos un animal terrible, nosotros los humanos. Nuestra historia es una historia de guerras. Es una historia sin fin, una historia de locos". Además, como también pasaba con Pina, la película adolece de ritmo, basando gran parte de su metraje en el mero muestrario de fotografías sublimes que, por repetición, acaban por abrumar al espectador, como si estuviera viendo un PowerPoint de lujo. Y perdonen la boutade herética.

  Pero que no se me malinterprete: estos fallos no empañan el resultado final, que es una película a todas luces excelente, imprescindible para todo amante de la fotografía y la antropología, toda alma sensible. Lo que queda cuando se encienden las luces de la sala es la sensación de haber asistido a un viaje por la maravilla y el horror guiados por un hombre de talento insultante, y por tanto, bendecido y maldito. Como todos nosotros. 






sábado, 27 de septiembre de 2014

A Estela Ortiz Sánchez


Querida Estela:

Te escribo aunque sé que no me leerás y que lo hago más por mí que por ti. Si te escribo es porque no sé hacer otra cosa, y también porque es algo que siempre nos ha unido, desde que ganábamos ex aequo los concursos de redacciones del colegio, por no hablar de las infames obras de teatro que escribimos y representamos en esos años escolares. 
No recuerdo cuándo ni dónde ni cómo nos conocimos, nuestra amistad se remonta a antes de que tuviéramos memoria. No recuerdo mi vida sin ti. De un modo u otro tú siempre estabas ahí. Cuando me sucedía algo, tú eras la primera en enterarte. Y después Esther. De hecho, estoy convencido de que yo quería que me pasaran cosas sólo para poder contártelas.
Tú fuiste la primera a la que vi cuando regresé de mi Erasmus. Quedamos el 14 de julio de 2009, en la estación de metro de Oporto y mientras, como tantas veces, paseábamos por la calle de la Oca, yo te conté que me había enamorado y tú, como si no tuviera importancia, que te habían diagnosticado cáncer. No sé cómo, llevados sin duda por ese talento que tenías para aliviar y empequeñecer los dramas, con esa dignidad contundente y natural que ni siquiera la enfermedad te logró arrebatar, acabamos hablando entre risas de todo menos del cáncer, mientras comíamos un helado en el McDonald’s que hay justo frente a este hospital donde hoy estamos, apenas cinco años después.
A penas. Que tu enfermedad y muerte son algo injusto y cruel es una obviedad. La vida también se equivoca, y nunca le perdonaré que te haya hecho esto y de este modo; pero siempre le estaré agradecido por haberme permitido conocerte.
Tú eres mucho más que tu muerte, Estela. Tu solo recuerdo da sentido a esta vida desatenta. De un modo u otro, tú siempre estarás ahí. Y nuestras vidas nunca estarán vacías porque exististe tú, y nuestro futuro siempre estará marcado por las estelas de tu luz.



Duerme, vuela, reposa: Estela. 




(4 de Febrero de 1987 - 25 de Septiembre de 2014)

miércoles, 31 de octubre de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... "La nostra vita" (Daniele Luchetti, 2010)


  El cine italiano está lejos de su época de máximo esplendor, aquella de los años cincuenta y sesenta, la del neorrealismo y la comedia all'italiana, con nombres como Mario Monicelli y Vittorio Gassman, y títulos como I soliti ignoti (titulada en España "Rufufú", quién sabe por qué; y eso que el título inglés tampoco se queda corto) o El ladrón de bicicletas, por citar los más conocidos de los autores antes citados. Tampoco ha vuelto a surgir un director de la talla, reconocimiento e importancia de Pasolini o Fellini. Sin embargo, si se sabe buscar y uno se interesa por la cultura de ese país maravilloso, se siguen encontrando directores y películas interesantes. Es el caso del bastante reconocido Nani Moretti con obras como La habitación del hijo o Habemus papam y del cada vez más laureado y conocido Paolo Sorrentino, de quien ya reseñamos su magnética y desconcertante Un lugar donde quedarse. Por mi parte, tengo especial querencia por Ferzan Özpetek, que a pesar de lo irregular de su carrera y de cierta repetición en los temas, firma obras tan conmovedoras como La ventana de enfrente y Hamam, el baño turco. A esta lista de directores a seguir se suman, desde hace poco tiempo, Luca Guadagnino, que llamó mi atención con la intensa y estética Yo soy el amor y Daniele Luchetti, que dirigió una gran película titulada como una gran canción de Rino Gaetano: Mi hermano es hijo único

  Así pues, alentado por esta última película, vi hace unos días otra película suya: La nostra vita, que narra la lucha por sobrevivir a la tristeza de un obrero de la construcción, padre de tres hijos pequeños que se queda viudo tras la muerte de su mujer en el parto del último retoño. Dirigida con personalidad y nervio, lo que más destaca de la cinta es, sin ninguna duda, su actor protagonista: un inmenso Elio Germano. Su interpretación es una de las más sinceras y dolorosamente humanas que recuerdo haber visto. Por ello, ganó el premio al mejor actor en Cannes, junto a Javier Bardem, que se lo llevó por Biutiful. Podría glosar más virtudes suyas pero creo que la siguiente escena lo dice todo. 

  Este hombre se encuentra en el funeral de su mujer. Suena la conmovedora canción de Vasco Rossi Anima fragile, una de las favoritas de la pareja, como pudimos ver durante los primeros minutos del film, en el que al ritmo de esta canción se sucedían escenas de amor cotidiano y feliz. En esta escena, este hombre canta, y se desgarra. Su interpretación es lo bastante elocuente, pero además, tenemos la letra de la canción:
 E la vita continua/anche senza di noi/che siamo lontani ormai/da tutte quelle situazioni che ci univano/da tutte quelle piccole emozioni che bastavano/da tutte quelle situazioni che non tornano mai!/ Perché col tempo cambia tutto lo sai/cambiamo anche noi/ e cambiamo anche noi!


  
  Hace apenas un mes canté esta misma canción con un amigo italiano en un coche que me llevaba al aeropuerto de Malpensa, después de tres emocionalmente intensos, agotadores y divertidos días pasados en Italia, a donde fui en viaje relámpago para celebrar junto a él y otros amigos, la vida de un amigo común, que ya no está. Cantamos esta canción, y lo hicimos sonriendo. Habíamos sobrevivido a la tristeza, y aprendido a convivir con la ausencia, y sonreíamos, precisamente porque sabíamos de la importancia de ser felices tras el estallido de la tragedia. Como Germano en la película, como todos. Porque la vida continúa, también sin nosotros. 

sábado, 20 de octubre de 2012

EL DICTADOR (Puta la gracia)


Título original: The dictator. 
Dirección: Larry Charles.
Año: 2012. 
Interpretación: Sacha Baron Cohen (almirante general Haffaz Aladeen), Ben KingsleyJason MantzoukasAnna FarisMegan FoxJohn C. Reilly
Guion: Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel y Jeff Schaffer.


  Sinopsis: “El dictador” nos cuenta la historia de un dictador que hace todo lo posible para que la democracia no llegue a su país. Rico en petróleo y bastante aislado, el estado norteafricano de Wadiya lleva siendo gobernado por el vehementemente antioccidental Aladeen.Por desgracia para Aladeen y sus consejeros, el muy vilipendiado Occidente ha comenzado a meter las narices en los asuntos de Wadiya, y las Naciones Unidas han sancionado repetidas veces al país en la última década. Y así, el general Aladeen y su séquito llegan a Nueva York, donde no son muy bien recibidos. 

  Tenía esta entrada escrita desde hacía meses, en concreto allá por el mes de julio, cuando se estrenó la película, pero ha sido hoy que me la he encontrado, a medio hacer, entre los borradores del blog. Es decir, olvidé completamente tanto la crítica como la película, lo que no dice nada bueno de esta última (y quizá tampoco de la primera). Debo confesar (sin mucha vergüenza) que ésta es la primera película que veo protagonizada por el conocido cómico Sacha Baron Cohen, especializado en dar vida a personajes excéntricos e incorrectos. No he visto ni Ali G, ni Brüno, ni siquiera la que le hizo mundialmente famoso: Borat. Tenía una cierta idea de lo que podía esperar, pero iba sin prejuicios y dispuesto a reírme. Bien, me reí, pero no tanto como creía y no precisamente porque los chistes fueran en su mayoría buenos, sino por su brutalidad. 

  Parece ser que en sus inicios, Baron Cohen hacía una especie de documentales paródicos en los que, haciendo gala de su gran vis cómica e incorrecta, introducía a sus estrambóticos e imposibles personajes en situaciones reales con personas reales. Estas personas, al no ser actores, actuaban como en realidad eran y dejaban así ver la verdadera cara de la sociedad norteamericana respecto a los inmigrantes árabes, como era el caso de "Borat". Mockumentary es el término que los estadounidenses han inventado para estas películas que se hacen pasar por documetales y cuyo propósito es hacer una crítica despiadada a través del humor. Bien, El dictador no sigue esta premisa argumental, sino que se trata de una ficción de principio a fin, y con ello pierde toda la gracia y la fuerza de su mensaje crítico -que lo tiene y muy sensato- pero queda completamente tapado por la falta de consistencia y la banalidad del guión: un conjunto de situaciones groseras que se suceden sin fin con el propósito de escandalizar a los más puristas. 

  Yo no me considero una persona conservadora ni fácilmente escandalizable, pero considero que hay temas que no admiten bromas. Y en caso de que hagas un chiste sobre un tema espinoso, por lo menos hazlo con clase. La película, por descontado, carece de clase alguna, y lo preocupante es que parece estar orgullosa de ello. 


martes, 25 de septiembre de 2012

Yo me acuerdo de... "Berlin", de Lou Reed


  Tras casi tres meses desde la última nota, reinicio la actividad de este blog. Las razones para este silencio vacacional son que durante estos últimos meses asistí a menos pases de prensa y, en última instancia, que no me apetecía escribir las críticas. No es que me cansara de ello, pero estaba (y sigo estando) escribiendo una historia que me ronda desde hace más de año y medio; una historia muy exigente emocionalmente que me quitaba bastantes energías, energías que dediqué casi exclusivamente a ella durante el último año y aún más durante los meses de verano. 

  Hay otra razón: me he mudado a Alemania, como Alfredo Landa y su Pepe. Es curioso cómo la historia se repite con los españolitos, aunque debemos reconocer que los mismo que emigramos no lo hacemos en las mismas condiciones que los que lo hicieran en los sesenta. El caso es que he empezado a trabajar en un proyecto cultural que me va a tener en el país germano por lo menos un año, aunque si la situación española sigue como hasta ahora y yo me encuentro igual de bien que en este momento, es probable que me quede más tiempo, si las circunstancias se dan, que uno nunca sabe. Durante este mes de septiembre me he centrado en adaptarme a este nuevo proyecto y a las rutinas y obligaciones que toda mudanza y cambio de vida conllevan. De paso, he aprovechado para descansar de mi proyecto literario y dejarlo reposar, y creo que a ambos (la historia y a mí) nos ha venido bien. 

  Mi nueva ciudad es Potsdam, preciosa y tranquila capital del land de Brandeburgo (sí, se escribe así), a apenas media hora en tren de Berlín, ciudad a la que siempre quise volver y vivir desde que la visité con dieciséis años. Últimamente vengo comprobando que hay muchísimas canciones dedicadas a esta ciudad (un buen número de ellas italianas, curiosamente). Elijo la que quizá sea la mejor y más conocida, ésta de Lou Reed con la que se estrenaba como solista al margen de la Velvet Underground. Irónicamente, es una canción de despedida a un amor intenso y real, el de su relación con la cantante Nico, a la que se ve al fondo de la imagen en el vídeo. 

  No sé qué será de este blog en los próximos meses, puesto que veré menos películas y escribiré menos críticas, quizá se convierta en algo más personal, aunque dudo que acabe siendo un diario de viaje pues nunca he tenido la paciencia suficiente para escribir un diario. Sea como sea, lo encaro como encaro esta nueva etapa y esta canción y a Berlín: como una oportunidad para despedirse y al mismo tiempo, epezar, continuar y vivir.