domingo, 27 de noviembre de 2011

SLUMDOG MILLIONAIRE (Elogio de la horterada)


Dirección: Danny Boyle.
Duración: 120 min.
Interpretación: Dev Patel (Jamal Malik), Freida Pinto (Latika), Madhur Mittal (Salim).

  Algo les pasa a los británicos, que están obsesionados con los retretes. O, por lo menos, algo le pasa a Danny Boyle, para que las escenas más recordadas de sus dos más conocidas películas –“Trainspotting”, y ésta de Slumdog Millionaire- tenga una estrecha relación con la mierda (perdonen, pero no había eufemismo posible).  Quizá sea una metáfora para referirse a las miserias humanas, algo que Slumdog Millionaire estaba obligada a mostrar al ambientarse en la India, más concretamente Bombay, y en sus clases más desfavorecidas. Pero lo hace bajo una historia colorista y finalmente alegre y reconfortante; destilando un cierto “buenrollismo new age”.


  El protagonista es Jamal Malik, un joven huérfano que ha vivido toda su vida en la pobreza de las barriadas y que se convierte en la revelación del concurso televisivo "¿Quién quiere ser millonario?” En su versión india. Jamal, que no tiene estudios, responde a todas las preguntas hasta llegar a la penúltima a la espera de la pregunta definitiva que le haría ganador de 20 millones de rupias. Pero antes, la policía lo detiene e interroga, pues sospechan que hace trampa. Jamal deberá explicar por qué conocía las respuestas, teniendo que recurrir para ello a relatar diferentes momentos de su vida, tanto dolorosos -la muerte de su madre o la conflictiva relación con su hermano- como picarescos y humorísticos que además ayudarán a desvelar la verdadera razón de su participación en el concurso.

  La película revelación del año no es sino el relato de las peripecias de un hombre normal que debe salir adelante por sus propios medios, mediante repetidos flashbacks originalmente introducidos en el relato al hilo de cada pregunta. Un Oliver Twist en clave poscolonial, aderezado con los elementos típicos del cine de Bollywood, que parece desembarcar definitivamente en Occidente con esta película. Una historia efectiva que logra el principal propósito par el que fue concebido el cine: entretener. Y eso lo consigue con creces, como pocas películas en los últimos años, gracias a un encomiable manejo de la tensión que pega al espectador en la butaca y no le deja respirar hasta el final, deseoso de saber los destinos de unos protagonistas con los que es muy fácil empatizar. Esta tensión no habría sido posible sin un montaje sabiamente elaborado, marca estilística de Danny Boyle, que con este film ha logrado su madurez como director, adaptándose al tono de la historia sin renunciar a su estilo un tanto videoclipero. La música, por supuesto, cobra gran importancia en la concepción de estilo de la cinta, uno de los rasgos más destacados del cine indio, que aquí se encuentra con la electrónica de la que Boyle es devoto.

  Todo ello hace que la cinta se vea con sumo agrado, con regocijo y que la sala de cine vibre con las vivencias límites de un don nadie que al final logra el éxito. Como todos los que buscan un refugio en el cine. Como la propia película, concebida como un  “modesto” film independiente que, sin siquiera imaginarlo, acapara todos los premios. Sin asomo de pretenciosidad, juega durante todo su metraje al límite de lo excesivo y lo hortera, escapando por los pelos, para caer finalmente y de forma consciente en lo kitsch, sin ningún complejo, durante los títulos de crédito finales. Entonces la película muestra una vez más la poca complacencia para consigo misma y ante eso, no queda sino sonreír. 


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